Sunday, November 11, 2007

Sus pies descalzos ignoraban la rugosa piel de las rocas. Paso tras paso, y con el viento enredando su pelo, alcanzó el final de la hilera de piedras y se dejó caer en el pequeño embarcadero que presidía aquel lugar. Las rocas perfilaban una impenetrable lengua de piedra en el agua. El salitre y las olas hacían el resto.

Los ojos grises de Isabel cabalgaron por la bahía que acompañaba el mar. Todo parecía muy distinto desde aquellas rocas. Era un juego de espejos y luces. Dos cielos. Uno, reflejo de otro. Pero ni siquiera su triste mirada era capaz de diferenciar el uno del otro, a pesar de tanto tiempo vivido en aquel lugar.
La arena recibía las olas y la luz del sol que caía poco a poco, se reflejaba en el agua que acariciaba la playa. Por el contrario, desde allí podía observar el agua que arañaba las rocas, salpicándola levemente. La brisa impregnaba pequeñas gotas en la piel de la muchacha. El olor y el tacto que sentía no era comparable a nada. Sus cinco sentidos llamaban a un sexto, a uno último que necesitaba en ese preciso momento, en ese lugar.
El crepúsculo llegaba a su fin pero no importaba. Podía pasar allí, sentada, con sus piernas balanceándose a pocos metros de las olas durante horas, días, eternidades. Como si fuera su primera vez en aquel lugar. Como si no esperase a nada, a nadie. Como si nunca hubiera vivido un naufragio o un crucero en esas aguas.
Por un momento, ni ella misma supo diferenciar entre sus lágrimas y las gotas de las olas que empapaban su rostro. Todo se nubló de pronto y el cristal por el que miraba aquel paraíso se empañó. Un hormigueo por su cuerpo le hizo cerrar los ojos y encogerse de frío y de escalofrío. La imagen otra vez. Iván sellando con su boca los labios de Isabel. Dos cuerpos diluidos en una corriente, en una misma sal. Una última sonrisa, un último abrazo. Aún con los ojos cerrados, escuchó los susurros del faro. Rezó por escuchar la voz que hace tiempo le había abandonado.
Ni rastro de él. Ni un barco, ni un velero. Nada. Ni siquiera encontró un esbozo de su voz, esa que le hacía rabiar, le hacía reír y en ocasiones le hacía temblar. En ese mismo momento se erizó hasta el último poro de su cuerpo y sus ojos, calados de amargura entre tanta sal, se abrieron de pronto.
La última luz del día le cegó. Observó la oscuridad devorando cada recoveco de su paraíso y se secó las lágrimas. Después, abrió el diario que siempre la acompañaba pero en el que no escribía desde 54 años atrás y, con sus manos ya desdibujadas por el tiempo y la sal del mar de su vida escribió:
"El mar es lo que tiene. Lo devuelve todo, tarde o temprano. Incluso los recuerdos."

2 Comments:

Blogger Soñadora said...

Sin palabras.
Francamente, has logrado sacarme una lágrima y hacerme encogerme del escalofrío.

besos

3:45 AM  
Blogger mtg said...

Siempre consigues sorprenderme,siempre.

Es una preciosidad :)

Espero el siguiente post pronto.
Un besazo!!

6:49 AM  

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